Júpiter (27 de diciembre de 2017). NASA
Seguramente usted también lo está pensando: los cielos de Júpiter los pinta Van Gogh; o mejor aún, Van Gogh los retrató sin que lo supiéramos. Estos remolinos de colores que se entrecruzan y bifurcan creando aún más colores ya los habíamos visto en sus cuadros, donde cada nube es un cauce.
Hasta hace poco yo tenía otra idea de nuestro hermano mayor del sistema solar. Lo había visto por el telescopio de 120 mm de mi padre en las noches en que fallaba la energía eléctrica del vecindario y aprovechábamos para subir a la azotea a mirar sin los reflejos de las lámparas. Entonces Júpiter me parecía un lunar blanco (bastante difícil de enfocar) atravesado por dos franjas negras como las de un tigre. No era ni más ni menos que una de mis canicas; nada que ver con estos tonos, alucinógenos por sí mismos, de la fotografía tomada por la sonda espacial Juno de la NASA que estuvo de visita por ahí hace algunos años (por cierto, en la mitología romana, Juno era la esposa del dios homónimo del planeta).
Quién fuera jupiterino para contemplar esas volutas de oleo sobre la cabeza. No me malinterprete, a mí me encanta el cielo –azul cielo– de nuestro planeta, con sus nubes monocromáticas –en forma de nubes–, que, a decir verdad, no es siempre azul; en las grandes ciudades se tiñe de tonos grises u ocres realmente venenosos; de modo que más bien pareciera dibujado para un cómic de ciencia ficción apocalíptica.
Vaya que debe haber otros cielos allá afuera, como este de Júpiter; aunque ya sabemos que se trata de un planeta sin corteza ni, menos aún, aire respirable. Es decir que no hay ningún prado para echarse a mirar; es un coloso de gas: diríase que Júpiter es "puro cielo"; uno dibujado por las fantasías impresionistas de los pintores terrestres.
29 de mayo, 2022