Anish Kapoor, Leviathan, 2011.
La bala de cañón es perfecta y desafía todos los órdenes conocidos. Su forma es garantía de justicia: no tiene adelante ni atrás, no tiene arriba ni abajo, no tiene un lado más grande que el otro, no tiene la belleza en el interior ni en el exterior. Su belleza está en la armonía de sus entrañas, en el equilibrio rotundo de su ser.
Alegoría del justo medio, la bala de cañón es noble en todo sus átomos de plomo. En gracia y altivez no tiene comparación. Ostenta un color negro alegría que la vuelve inconfundible. Sin embargo, a pesar de su equilibrio y perfección, la bala de cañón está condenada a perder la dirección de sus pasos. Su única posibilidad es la tragedia. Debe someterse a voluntades ajenas y malignas que la guiarán de manera inexorable. La bala de cañón aguarda toda su vida para la brevedad de un estruendo y lo asume con una rigidez inalterable que no admite pero ni vacilación. Cuando llega la hora, cumple con estoicismo su destino sólo para ser olvidada o para vivir en la trsite memoria de aquellos que la recordarán con rencor. Por eso, a pesar a de su equilibrio y perfección, no puede esconder nunca la pesadez de su existencia.
La bala de cañón acepta su fortuna, pero su causa no ha sido la de aquellos que la controlan. En el instante último desafía una vez más todo conocimiento y toda ley y cumple su causa más íntima: se eleva con todo su ser de plomo, abandona la superficie que la ata y logra la maravilla del vuelo. Muere de una sola palabra, libre como nunca antes, pero cierta que no conseguirá la redención.
3 de diciembre, 2024
“Dos minificciones sobre el vuelo”, Casa del Tiempo, julio-agosto, 2013, núm. 69-70. (https://www.uam.mx/difusion/casadeltiempo/69_70_vi_jul_ago_2013/casa_del_tiempo_eIV_num_69_70_20_21.pdf)